Quien piense que el mundo de la repostería es un mundo supercuqui de chicas de manicura perfecta que huelen a violeta, niños (delgados) de chapetas rosadas untando sus deditos en botes de mermelada casera, cocinas en tonos pastel con electrodomésticos modernos y vajillas de flores está muy equivocado. Es así en las películas, en ciertos blogs, y puede que en alguna casa. También hay gente que come mucho y no engorda. Existir, existe. Pero no es la norma.
En el mundo repostero también hay madres indignas que se comen la merienda de sus hijos en vez de ir al gimnasio, niños con las uñas negras que dejan caer una docena de huevos al suelo (sin querer), cocinas pequeñas con hornos que churrascan por un lado y dejan todo crudo por el otro, envidias y miradas al bies entre blogueras y hasta... hasta escándalos dignos del Watergate.
En el mundo repostero también hay madres indignas que se comen la merienda de sus hijos en vez de ir al gimnasio, niños con las uñas negras que dejan caer una docena de huevos al suelo (sin querer), cocinas pequeñas con hornos que churrascan por un lado y dejan todo crudo por el otro, envidias y miradas al bies entre blogueras y hasta... hasta escándalos dignos del Watergate.